Quizás debería haber echo rodar la bicicleta hasta el medio de la calle para ver como un camión la destartalaba, o patear mis pelotas de futbol a todos los vecinos que se asomaban, debería haber pisado el trencito de plástico que me había regalado la abuela y verlo estallar bajo mis zapatillas.
Podría haberme tomado el tiempo para desmembrar todos mis soldaditos y hasta los que más me gustaban, ni hablar del peluche, a ese si que le debería haber dado sin asco contra la pared hasta que aprendiera por sus propios medios a decir ¡vasta! .
La espada nueva que me regalo el tío, se la debería haber partido a Felipe nuestro perro sobre la cabeza, ya que el estaba lo más bien como si nada.
El disfraz del zorro debería haber ardido en el hogar que todavía estaba encendido como las brujas de Salen, ¡Que placer!... ¿Quién se hubiera animado a decirme algo?... ¿¡QUIEN!?.
Debería haber recorrido la casa en busca de más victimas, quizás podría haber tirado mis zapatillas en el hueco del aljibe, ya que nunca me habían dejado arrojar nada por ahí, y ver como se hundían, ¡Que lindo!... nadie las podría haber sacado jamás del fondo.
Por último estallar en llanto… como nunca lo hice, y maldecir y maldecir en vos alta mirando el cielo hasta quedar afónico.
Pero no pude… pero no pude hacer nada de todo eso, solo atine a abrazar a mis hermanos, ya que habían perdido a su madre y estaban llorando desesperadamente.
Ignacio Ureta
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